viernes, 19 de septiembre de 2014

Museo de Armas de la Nación.

Octubre 2006. Desde hacía una tiempo venía con la idea de visitar este museo, pero el mismo no abre los fines de semana, así que concreté a visita el lunes 30 de octubre de 2006. Para ese entonces, había ganado en un Concurso organizado por el diario La Nación, una entrada para visitar una exposición, y debía ir a retirar el premio, o sea la entrada.
Mirando el plano de calles, observé que el Museo de Armas me quedaba cerca de allí, así que decidí ir a visitarlo.
Salí pasado el mediodía, subí al colectivo 152 y me bajé en Plaza San Martín, desde allí fui caminando hasta la sucursal del diario a retirar mi entrada, de pasada crucé por el museo.
Cuando llego a la sucursal, encuentro todo cerrado con una cortina metálica y toco timbre, no salía nadie, vuelvo a tocar, y nada, camino hasta la esquina (no se para que), regreso y veo un cartel delante de mi cara, que por distraído no lo había visto antes, el cartel indicaba que se entraba por el otro lado.

Sabía que era por la calle Alem, pero despistado doble una calle antes y llegué justo del otro lado de las oficinas. Cuando doy la vuelta, veo el cartel del diario, las oficinas, la puerta y el frente todo de vidrio, así que ingreso. Un señor, posiblemente de seguridad, de esos que dan indicaciones estaba sentado, le digo que vengo por la entrada del concurso y me contesta que no tenía ni idea, me manda a una de las ventanillas y me da un número. Tenía el número 69, y estaba solo ahí esperando, una de las secretarias que atienden me ve, y comienza a llamar, 63, 64, hasta que me pregunta -¿qué número tenés?, -69, -bueno, pasá. Le comento que venía a retirar mi entrada, a lo que me contesta que no tenía ni idea. Al instante le cae la ficha, y luego de decirme que no sabía de que se trataba, ve una carpeta y la va buscar, efectivamente eran las entradas. Me la da y me hace llenar una hoja con algunos  datos, los completo, guardo la entrada, saludo y me voy. Recuerdo que le pregunté -¿esto es? Y me dijo –sí. Me había sorprendido por el tamaño de la entrada, resulta que después, pude ver, que eran todas así. No me pidió documento, es más yo mismo le indiqué quien era en el listado porque no me había escuchado, lo cual significa que ante el desconcierto y el poco control, cualquiera podía haber ido y llevarse una entrada poniendo datos falsos, lo cual es un pensamiento muy conspirativo (aunque posible) ya que, creo, nadie se atrevería a hacer eso por una entrada a una exposición.

Bueno, un vez retirada la misma, me regresé caminando al museo, ingresé, y había tres mujeres charlando y un hombre que tenía un talonario, así que fui hacia él, estaba escuchando tango, y saqué la entrada, cuyo valor eran $3 y me preguntó si era del interior, le dije cortante un no, y tuve que dejar el bolso, pero pregunté si podía tomar fotos, me dijo que sí, así que ingresé con la cámara.

A comparación de lo que parece en Internet, es bastante pequeño, esa fue la idea que me hice, en Internet parece mucho más grande de lo que en realidad es. Me lo recorrí todo, me gustó la sala de la Campaña al Desierto, no se habla mucho de ese conflicto, es muy escueta dicha sala, pero me gustó, la sala de la Guerra de las Malvinas es muy pequeña, diría que pequeñísima.

La sala de armas de oriente, desconozco si solo comprende armas japonesas, o también de otros lugares, era llamativa, más que nada por los maniquíes de samurais.
Justo ese día, esa sala estaba sin luz, se había roto el foco, y había varios turistas, en realidad no había mucha gente en el museo, serían 10 personas además de mí, dando vueltas y recorriendo, pero algunos se quejaron que no podían ver bien dicha sala por la ausencia de luz. Yo tampoco la pude ver, pero le tomé fotos con el flash para noche, así que salieron bastante bien. Se veía al el señor que cobraba la entrada, apurado y discutiendo con otro señor por el tema de la falta de luz, con el fin de arreglar el problema.



En la sala de ametralladoras pesadas, había dos babiecas que estaban meta tocar, si es un museo, no es para “probar” las ametralladoras, están justamente expuestas para poder observarlas, estos dos, no se si las querían hacer funcionar, o si pensaban que iban tirar un tiro, lo cierto es que parecían dos niños tocando las armas, fabulando situaciones, sentándose encima, y ya eran bastantes grandes para tener esa actitud.

Cuando llegué al final, en la sala de los cañones, encontré una mesita, donde apoyé la cámara y me tomé una foto a mí mismo, una autofoto con el automático. Finalmente regresé dando finalizado el recorrido. No se cuánto me habrá tomado de tiempo recorrerlo todo, una hora tal vez, pero no lo recuerdo bien.

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