lunes, 1 de junio de 2020

Los tres instrumentos de la muerte.

Cuento Los tres instrumentos de la muerte que forma parte del libro El candor del Padre Brown de Gilbert Keith Chesterton.
Cuento leído en el libro publicado por la editorial Punto de Lectura S.L. Edición 2008. Traducido por Raquel Vazquéz Ramil.

Reseña.
“Los tres instrumentos de la muerte" (The Three Tools of Death), pone el broche de oro a la colección de cuentos, plantea un singular enigma. En la casa de Sir Aaron Armstrong, el jovial filántropo y optimista consumado asistimos al drama de la muerte del propio Armstrong y a la tristeza que eso crea en su familia. Aparecen varios personajes sospechosos, como Magnus, el criado, o el joven Patrick Royce... La policía está desconcertada. Nadie se explica cómo o por qué alguien ha podido asesinar a un viejecito tan adorable, a un hombre tan alegre y encantador. Nadie se lo explica, excepto el Padre Brown, que descubre la verdad sobre Sir Aaron y sobre su familia, desvelando que aquellos en ciertas ocasiones quienes más parecen afanarse en el bien común ocultan una doble personalidad, triste y mezquina.”
En este cuento, como su título lo indica, aparece el 3, reiteradamente y no creo que sea casual. 
“…Gritaba: Infierno, infierno, infierno…” (pág. 306) 
Todos esos espeluznantes objetos: el lazo, el sangriento cuchillo, la humeante pistola.” (pág. 308)
En principio los sospechosos también serían tres: Magnus, el sirviente, el joven Patrick Royce y “Cuando la tercera persona de la casa, Alice Armstrong, hija del difunto, apareció tambaleante y agitada en el jardín (pág. 293)
En la simbología encontramos que el 
“Tres es universalmente un número fundamental. Expresa un orden intelectual y espiritual en Dios, en el cosmos o en el hombre.” (Chevallier; Diccionario de símbolos.)
“La religión católica profesa el dogma de la Trinidad, que asegura en el monoteísmo la trascendencia supraesencial y suprainteligible del propio Uno.” (Chevallier; Diccionario de símbolos.)
El cuento toca un par de aspectos del cristianismo. En un momento realiza una llamada de atención cuando refiere a Royce como uno de esos católicos negligentes/accidentales que nunca se acuerdan de su religión más que cuando están realmente en apuros/en malos trances. Vuelve a aparecer la relación responsabilidad/culpa, al menos se la insinúa cuando Brown dice Se lo diré yo. Ni siquiera los errores más fatídicos envenenan tanto la vida como los pecados. (pág. 309) Aquí creo ver que refiere a lo que hizo el señor Armstrong, algo condenado por la iglesia católica (la esencia de todo esto es negra (pág. 306) donde utiliza el negra/negro como juego de palabras también para despistar), y al mismo tiempo a la verdad, la hija de Armstrong debe conocer la verdad a pesar de lo que ello implique. Hay un valor superior que el bien. 

Pero Chesterton no se priva de nada, en las primeras páginas ridiculiza el proceder de la policía, cuando dice:
— Lo arrestamos –afirmó el sargento, muy serio– cuando salía de la comisaría de la policía de Highgate, donde ha depositado todo el dinero de su amo al cuidado del inspector Robinson. (pág. 300)
Reflexionemos ¿Qué delincuente comete un crimen y va a depositar a resguardo el botín a la comisaría? Es ilógico, no tiene sentido, va contra la experiencia, los delincuentes no hacen eso. Pero al mismo tiempo “muy serio” afirmó “lo arrestamos”, el “muy serio” le da un aire de solemnidad y con el “lo arrestamos” está aludiendo a la autoridad, pero es una autoridad ilegítima, cuando al que arrestaron es “el perejil”, es el “chivo expiatorio”, sin siquiera detenerse a pensar un momento, atraparon a uno, al que tenían más fácil, es más, él fue a ellos y ni lo tuvieron que buscar ¿cuándo no pasa eso en un país subdesarrollado como el nuestro? Todo el tiempo, no pierde vigencia el relato. Leemos las noticias, y todos los años encontramos malas investigaciones y detenciones de inocentes y casos sin resolver o resueltos de tan mala manera que terminan impunes. Al final del cuento, como siempre tranquilo, dice
—Tengo que ir a la Escuela de Sordomudos —dijo el padre Brown—. 
(pág. 309)
Podría verse como un guiño a la mala investigación de los policías. No supieron escuchar. Escuchar los indicios que estaban hablando y al no saber interpretarlos, tomaron el camino fácil, equivocado.   

Chesterton vuelve con el tema de la verdad, cuando Brown descubre lo sucedido, cuando se da cuenta que hay una mentira rondando en el aire, cuando hay un inocente doblemente castigado, por la justicia terrestre (en este caso sería la policía) y por la moral propia, que afronta un hecho para evitar que se produzca, lo que él cree que es un daño mayor. Y de yapa, dispara un principio liberal, al menos para la cultura occidental cuando señala la diferencia entre lo público y lo privado.
— Entonces lo haré yo –afirmó–. Las vidas privadas son más importantes que las reputaciones públicas. Voy a salvar a los vivos y a dejar que los muertos entierren a sus muertos. (pág. 309)
“Que los muertos entierren a sus muertos” ¡qué frase! ¿Estará refiriendo a algún estado anímico, lo que en derecho podría decirse que es la pena natural? Yo creo que sí. Y volvamos sobre la vida privada/pública, ¿cuántos hechos jurídicos actuales se dan con respecto a ese tema? Cantidad, todos los años, y ahora no solo en el mundo jurídico, cuanto que no llegan a la justicia y se quedan a mitad de camino con muchas víctimas que han padecido la hiper-conectividad actual, las web y las redes sociales

Menciona las prendas de tweed. El tweed (palabra que proviene del río Tweed, de Escocia) es un tejido de lana áspera, cálido y resistente, originario de Escocia. Era común verlo antaño, tal vez década del ´70 y ´80, en fotos antiguas aparece seguido, pero ahora parece que pasó de moda, o se encareció, o el clima no acompaña, y ya no se lo ve tanto.

Hay algo más, en Chesterton aparece el humor, muchas veces en la descripción de los personajes, se me ocurre un ejemplo cuando describe a la víctima, intencionalmente interroga al lector para hacerlo pensar (y divertirse quizás)
Además resulta del todo absurdo. ¿Quién mataría a un tipo tan agradable como Armstrong? ¿Quién querría mancharse las manos con la sangre del que siempre hacía los brindis? Sería como matar a Papá Noel. (pág. 294)

Tal vez lo conveniente sea leer al autor en inglés. Es un tema relativo, el mismo idioma es dinámico, como lo son todos los idiomas, y el inglés de 1911 puede tener divergencias con el inglés del 2020. Pero todas maneras supongo que es recomendable leerlo en idioma original. Las traducciones siempre se prestan a cuestionamientos por parte de expertos y/o puntillosos. Aquí no es mi caso, y estoy muy conforme con la traducción que tuve oportunidad de leer. Pero buscando en la web, encontré otra traducción, y alguna diferencia, como me llamó la atención decidí señalarla:

El taciturno sirviente, con sus monstruosos guantes negros, era casi una pesadilla. Royce, el secretario, resultaba bastante sólido, un hombretón como un toro que vestía prendas de tweed y lucía una barba corta, pero hebras grises salpicaban la barba pajiza, como en el tejido del tweed, y arrugas prematuras surcaban la despejada frente. Era un hombre de buen carácter, pero con un buen carácter triste, como descorazonado; daba la impresión de que su vida ocultaba algún fracaso. (pág. 295)
   
El extravagante lacayo, con sus guantes negros, era una pesadilla. Royce, el secretario, hombre sólido, hombrachón o muñecón de trapo con barbas, tenía las barbas de paja llenas de sal gris —como de trapo bicolor—, y la ancha frente surcada de arrugas prematuras. Era de buen natural, pero su bondad era triste y lánguida, y tenía ese aire vago de los que se sienten fracasados. 

Entonces me fui a la web archive.org y allí busqué el cuento The Three Tools of Death en el libro The Innocence of Father Brown. Me devolvió varios resultados los cuales los reordené por fecha, y los más antiguos fueron cuatro ediciones de 1911. 

The moody man-servant, with his monstrous black gloves, was almost a nightmare; Royce, the secretary, was solid enought, a big bull of man, in tweeds, with a short beard; but the straw-coloured beard was startlingly salted with grey like the tweeds, and the broad forehead was barred with premature wrinkles. He was good-natured enough also, but it was a sad sort of good-nature, almost a heart-broken sort-he had the general air of being some sort of failure in life. 
(The innocence of Father Brown by G. K. Chesterton. Cassell and Company. 1911. Pág. 320)

Busqué el fragmento en cuestión y en ellos aparece la palabra tweed. En la versión del cuento que figura en innumerables web de internet ni se la menciona, en la versión del libro que me compré, si figura. Lo cual me da a pensar que la traducción del libro es más fiel al original, lo respeta más y respeta al lector. Los cuentos que figuran en muchas web, quizá no tengan una mala o pésima traducción, pero está claro que ha sido modificada, tal vez fue hecha por un aprendiz, o hecha a la ligera,  o simplemente se buscaba hacer una adaptación del cuento y no ser fiel al mismo.

El cuento en sí podría entenderse como una parodia a la labor policial, o así también como una parodia las historias de detectives. Los tres instrumentos de la muerte resultó como base de inspiración para la novela Las cuatro armas falsas, escrita por John Dickson Carr en 1937, el escritor de novelas de misterio resuelve la asombrosa trama con una solución inversa típicamente ingeniosa, demostrando que en realidad ninguna de las cuatro armas (una pistola, un frasco de veneno, una navaja y un estilete) ha sido empleada en el crimen.

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