sábado, 11 de julio de 2020

Un niño perdido.


Reseña.

"Un niño perdido" es una novela de 1905. Es la encantadora historia de Martín, un niño que camina un poco más lejos de su casa todos los días hasta que llega a una tierra mística llena de animales parlanchines, gnomos amigables y gente de la niebla.


Autor.

William Henry Hudson (1841-1922). Fue un naturalista, autor y ornitólogo anglo-argentino. Fue uno de los miembros fundadores de la Royal Society for the Protection of Birds y es más conocido por su novela “Green Mansions” (1904). Otras obras notables incluyen Un niño perdido (1905) y “Far Away and Long Ago” (1918), que desde entonces se ha adaptado a una película. Hudson es considerado un tesoro nacional en Argentina, y su legado sigue vivo en la forma de una ciudad italiana y muchos otros lugares públicos que llevan su nombre. Muchos libros antiguos de este autor son cada vez más escasos y caros.


Ficha técnica.

Título: Un niño perdido

Título original: A Little Boy Lost.

Autor: William H. Hudson.

Editorial: ACME S.A.C.I.

Colección: Robin Hood.

Volumen Nº 198.

Edición: 1985.

Primera edición: 1905.

Número de páginas: 171.

Traducción y Prólogo: Violeta Gladys Shinya.

Ilustraciones y Tapa: Rodolfo Ramos.


He leído un libro de este autor, y ansioso, quise leer otro más. Se me ocurrió conseguir el más relevante para nosotros los argentinos, titulado Allá lejos y hace tiempo, y si bien se consigue fácil en pdf ya que es de dominio público, lo quería tener en físico. Disfruto los libros físicos más que los ebook. Lo que hice fue acercarme a una librería de anticuarios, donde un amable librero efectivamente lo tenía, pero la edición que tenía era una de la década del `50 tapa dura, un libro de generosas dimensiones y al precio de $950. El libro lo vale, y comprendo muy bien al librero y lo mal que la deben estar pasando en este momento de crisis económica sumado a crisis derivada de cuarentena obligatoria. Pero me pareció mucho para mí, al estar viviendo la misma situación, gastar eso en un libro que podría conseguir más adelante y tal vez más económico. Lo que hice fue no comprarlo, y si le compré otro texto más barato de $120. De toda maneras con la inflación aumentando, en una par de años, los $950 van a ser nada comparado con el ahora. No importa. Me regresé, y cuando volvía caminando recordé, no sé como, pero mi mente trajo de sus profundidades, un libro amarillo de la colección Robin Hood, escrito por un tal Hudson. Y naturalmente lo asocié. Cuando llegué a mi casa, fui directo a la biblioteca a buscarlo. Ahí lo tenía. Un niño perdido por Guillermo E. Hudson.   

A falta de pan buenas son las tortas dice el refrán, y así fue como me leí este pequeño libro, Un niño perdido, para pasar el rato, dejando pendiente para más adelante leer otro/s de este mismo autor. 


Es un libro orientado a un público juvenil. ¿A un público juvenil de hace cien años o vale también para un público juvenil actual? Yo creo que vale, es de esos libros que no pierden su esencia, ni siquiera creo que haya que “quitarle” fragmentos, o que dicho de otra manera, que algunas cuestiones hoy día sean censurables como ha sucedido con otros libros de otros autores por diversas razones, y que no se encuentran presentes en este autor. 

La lectura es llevadera, se lee de un tirón. No es impenetrable, más bien, fácil. Son capítulos cortos. Posee descripciones con explicaciones de fenómenos y/o paisajes.

Hay otro libro de la colección Robin Hood, que se titula Nuestra Literatura Infantil Juvenil por Juan Carlos Merlo. Resulta de ser una antología. Y en el capítulo de dicho libro titulado Llanuras y Sierras Pampeanas, recoge un relato tomado del libro Un niño perdido de Hudson. Al relato elegido lo titula La espátula rosada y la nube. Y cuenta la historia de cuando Martín, mata a un ave. Con hechos fantásticos incluidos como corolario, señala los efectos emocionales que le produjo al niño.


Este libro Un niño perdido, en otros tiempos, fue estudiado y analizado, por ejemplo, ya desde el mismo título, una palabra, un adjetivo, el justo y preciso, es el que marca una gran diferencia para con los oyentes. Veamos:


Siempre que no responda directamente al nombre del protagonista (en cuyo caso habrá de leerse el cuento para saber "quien es XX" y "de qué trata ese cuento..." el título deberá ser sugestivo, es decir, que, al oirlo, el niño podrá imaginar, pensar en algo, saber, aunque más no se por tres o cuatro palabras "de que se trata este cuento). Así, sucede a veces que, ante la sola enunciación del título de un cuento nuevo, el niño experimenta un goce que se traduce en un estremecimiento nervioso, en risas, en una estrechar sus manitas; o en arrimarse insensiblemente junto al lector o narrador. 

En una ocasión, tuvimos la oportunidad de constatar lo dicho con un cuento de G. E. Hudson al que más adelante aludiremos por otros motivos: El niño perdido.

La fuerza de este título fue tan notable. que no solo produjo la reacción antes anotada, sino que ella perduró a través de toda la lectura del libro (efectuada en sucesivas tardes), hasta el punto de que cualquiera sea el episodio leído, las preguntas de una niña oyente (interesa recalcar que era una niña) giraban siempre en torno al título. Desde luego: no se nos escapa que el interés estuvo dado por el matiz de afectividad encerrado en el adjetivo perdido; y que hubiera sido muy distinto y desprovisto de todo valor poético y sugestivo, que Hudson titulara su cuento: La vida de Martin (nombre del niño perdido), por ejemplo.

El cuento infantil. Sus posibilidades dentro de la literatura nacional. Creación del cuento infantil argentino. 

Dora Pastoriza de Etchebarne. 1954.



Varios comentarios de lectores americanos, refieren a la existencia del “lenguaje victoriano”. No me queda claro si con eso hacen alusión a una especie de lenguaje con algunas particularidades propias, si solo quieren indicar la utilización de un lenguaje “correcto” o si solo lo aplican para darle contexto a cuando y donde fue escrito el texto. Hay que tener en cuenta que el original fue en inglés y lo que leemos es una traducción.


En un momento, le pone marco histórico al momento en que se desarrollan los hechos (pág. 82-83)

- Estoy contento de vuestra alta opinión y debo informarles que no soy una gallina. La primera vez que vi la luz, fue en septiembre de 1739, y como sabemos ahora a sólo siete meses y trece días del final de la primera década de la segunda mitad del siglo diecinueve.


De repente le pone voz a los animales. Entre los animales que menciona y que llegué a registrar, aparecen: golondrinas (p. 15), ganso de san miguel (p. 16), la descripción, solo la descripción de “algo” que podía ser un animal (p. 18), cisnes (p. 21), flamencos (p. 21), espátulas rosadas (p. 21), garzas grises (p. 21), bandurrias (p. 21), avestruz (p. 40), paloma (p. 75), lechuzón (p. 77), lechuza (p. 77), águila (p. 77), gallina (p. 82), buitres (p. 86), lechuza de las vizcacheras (p. 144), gaviotas de lomo negro (p. 154), mariposa gris del atardecer (p. 145), leones de mar (p. 150), focas (p. 150), perros (p. 153), bacalao (p. 154), mariposas (p. 13), víbora verde a lunares (p. 14), escarabajo (p. 29 y 14), grillos (p. 38), abejorros (p. 41), libélulas (p. 42), comadrejas (p. 65), víbora (p. 74), mosca (p. 75), abeja (p. 75), caballos (p. 89), mono (p. 90), yegua (p. 95), lagartija (p. 120), vacas (p. 122), ratones (p. 122), murciélagos (p. 123), gato (p. 126). También alude a vegetales, aquí solo registré unos poco, pero menciona más: pasionaria (p. 73), caléndulas (p. 13), juncos (p. 93), mirto (p. 102) y algas (p. 169).


El protagonista es Martín, un niño que se pierde (justamente de allí su título), en algún lugar no determinado de la Patagonia, aunque podría lograrse un aproximación relacionando la vida de su autor, los lugares por donde estuvo, y la existencia de los indígenas, que dan cierto margen a la historia, o bien con lo que lo podemos relacionar, amén que sería mezclar ficción y realidad, pero sirve para jugar un poco con el texto. Pierde su ropa que se la roban los nativos. Con los aborígenes tiene trato, y hay un entendimiento, una comprensión por parte de Martín. Encuentra una especie de hada, algo así como una madre, ya se verá más adelante esto del hada. Finalmente, se escapa o se va, se regresa, personas lo encuentran, y pareciera indicar que lo rescatan, aunque queda con final abierto. El final no es un final en absoluto. Simplemente se detiene. ¿Qué pasará?. Me pregunto si Hudson pensaba en una continuación o no, y dejó esa incógnita abierta, quizás pueda relacionarse con su propia historia ¿habrá sido Hudson ese niño, y ese “dejar” y esas “vivencias” fueron su estadía en la Argentina? ¿pudo ese final abierto haber representado la posibilidad (o no) de un regreso de Hudson a la Argentina?


El relato está contado desde la visión del niño, la aventura por parte se mete en un ambiente de fantasía, con algo de “mágico”, que desafían la imaginación. La historia está bellamente contada. El niño de siete años deambula por una atmósfera naturista. 


Inicia el libro de una manera bastante inespecífica como el tradicional “había una vez…”, pero en este texto le da un giro:

Unos desean ser una cosa, otros otra. ¡Hay tanto por hacer, tan distintas cosas que hacer, tantas ocupaciones…! Pastores, soldados, marineros, labriegos, transportistas, se podría continuar durante todo el día nombrándolas sin llegar a agotarlas.

En cuanto a mí, niño o adulto, he sido muchas cosas, ya trabajando para vivir ya haciendo cosas sólo por placer; mas de alguna manera, cuanto hacía nunca me parecía lo ajustado y correcto, nunca satisfizo totalmente mis deseos. Siempre quería hacer alguna otra cosa; yo quería ser carpintero. Me parecía que estar entre virutas y aserrín, en un banco con relucientes y hermosas herramientas, haciendo cosas y logrando objetos, de olorosas y bellas maderas, era la tarea más limpia, saludable y hermosa que hombre alguno pudiese hacer. Pero todo eso no tiene nada que ver o muy poco con mi cuento.

Hudson. Un niño perdido, pág. 11.


El autor dedica un capítulo entero a los indígenas (Capítulo 6. El encuentro de Martín con los salvajes.), que si bien utiliza la palabra salvajes, y que vista desde la perspectiva actual denota una calificación peyorativa, el autor habla bien de ellos, reconoce otra cultura, hasta cierto punto iguala al niño “blanco” con aquello seres “salvajes”. Los indígenas les roban la ropa y lo golpean, y si bien lo dejan llorando, luego le dan su propio abrigo, hay como una asimilación del niño a la cultura de los salvajes, la que para los “salvajes” era un simple juego, podrían verse a los ojos de los “civilizados” como una agresión, pero no queda claro si hay una apropiación del niño (habida cuenta que, más adelante, el niño “escapó” pág. 64), un “cautivo”, no es que lo “robaron”, simplemente lo encontraron o se encontraron mutuamente en un territorio que prima facie podríamos considerar como propio de los salvajes, pero al mismo tiempo no reclamado por ellos que andaba de paso, de una lado a otro, es de suponer que había varios grupos que circulaban por las tierras, aunque el autor no entra en nada de todo esto que estoy escribiendo y es solo elucubración propio, no obstante el autor sí dice lo siguiente: Estos extraños personajes de grosera apariencia, eran salvajes y se supone que son crueles y malvados, y que sienten placer en torturar y matar a cualquier persona perdida o extraviada; pero en realidad no es así como presto lo veréis.(Pág. 57)


En líneas generales, el autor es amigable con la cultura de los indígenas, con el medio ambiente, con los animales y vegetales, y hasta toca aspectos físicos. Pero va más allá, y enriquece el texto con canciones, poesías, y muchas descripciones, hay veces que describe y no especifica con una denominación puntual, dejando que la mente del lector descubra de que se trata (pantera, buitre, etc…), en otras, primero descubre y luego describe. En un momento, hasta introduce el “lenguaje” de los salvajes, que pareciera inventado por el propio escritor, por ejemplo, una de las frases dice “Huanatopa ana ana quiltahou.” (págs. 56/57). Quién sabe si se trataba de onomatopeyas que realmente escuchó y desconocía, o si se trata de una licencia literaria del autor, no pareciera ser un lenguaje propiamente existente, peor no lo sé. Más adelante se verá que es una "tradución" de algo inventado.


En algunos pasajes, el autor trabaja el humor, como en el capítulo con los buitres tan correctos y que hablan con precisión, que se le aparecen como hombrecitos con trajes negros, discutiendo cortésmente cuál de ellos tiene el mayor derecho a reclamar su hígado.


Guillermo E. Hudson ha sabido mezclar su narración, episodios necesarios -por afines- al alma infantil: tales, las partes jocosas -hasta el disparate-, como el encuentro con el viejo sordo Jacobo, o con los indios, con quienes, por desconocer el lenguaje Martín entabla un graciosísimo diálogo, verdadero "destrabalengua".

El cuento infantil. Sus posibilidades dentro de la literatura nacional. Creación del cuento infantil argentino. 1954.

Dora Pastoriza de Etchebarne.


Aquí la autora citada. A su vez, cita la versión de Un niño perdido que ella leyó, y encontré una ligera variación con el texto que leí yo.

La cita dice:

"Todos hacían comentarios mientras él comía, pero como ignoraba que los salvajes hablan un idioma diferente al nuestro, Martin creyó que entre ellos se divertían con una especie de charla tonta y sin sentido. De modo que cuando la mujer le dirigió semejante palabras, absurdas para él, le contestó animosamente en el mismo estilo, según lo concebía.

Don Pedro Huerta tiene una huerta y una mujer tuerta. Cuando la tuerta cierra la puerta, el marido dice: Maldita tuerta!, y la tuerta abre la puerta y don Pedro huerta se sale a la huerta sin puerta ni tuerta..." (pág. 54) 

La cita en el libro que leí y tengo en mi poder, cambia el trabalenguas del último párrafo, dice:

¡Teófilo Cardón, aventador de cardos, aventa un haz de cardos desventados y si Teófilo. ¡Ho, no diré nada más!.

Hudson. Un niño perdido, pág. 58.


¿Cuál es el  trabalenguas correcto? ¿el de Don Pedro Huerta o el de Teófilo Cardón?

Como me llama la curiosidad, acudí a una edición de 1905, digitalizada, disponible en archive.org y pareciera ser que la traducción que más se ajusta es la que poseo. Incluso veo que el “lenguaje” de los indígenas también fue “traducido” toda vez que no coincide con el original inglés.



Algo de visión realista en los niños.

Tenía también otros entretenimientos. Cuando Juan iba a su taller de carpintero –pues el viejito aún amaba profundamente su oficio-, Martín se precipitaba para hacerle compañía. Una de las cosas que gustaba hacer, era recoger las virutas más largas y enroscarlas alrededor de su cuello, sus brazos y sus piernas; luego reía y danzaba con deleite y alegría, como un indio joven en sus ornamentos.

Una viruta puede parecer un juguete pobre para una criatura que tenga a mano todas las jugueterías de Londres donde pueda mirar y escogerlos, pero ella era realmente curiosa y bonita. Brillante y suave al tacto, dibujada con líneas delicadas y ondeadas, mientras que su forma de espiral, semeja a las plantas trepadoras y los zarcillos por medio de las cuales viñas y trepadoras se sostienen, a flores con pétalos enrulados, y a hojas enruladas o caracoles de mar y a otras muchos bellos objetos de la naturaleza.

Hudson. Un niño perdido, pág. 13.

El anterior fragmento es interesante, por la observación de la niñez, de como un chico se divierte con un objeto, cualquier sea, en este caso una viruta, que para los adultos es algo intrascendente, y teniendo juguetes, específicamente realizados para que el niño juegue, opta por divagar su mente con ingenio y sueño, divertirse con algo nimio o trivial, algo muy común en los chicos, no hay nada nuevo bajo el sol.


Y esta observación viene a cuento, porque podría ver como una metáfora con la naturaleza. Es un libro que va más allá de meras descripciones, casi podría verse como de vanguardia, hoy podríamos a señalar al autor como una postmoderno.


El niño Martín se encuentra fascinado por el mundo natural que lo rodea. Entre sus innumerables “contactos” que tiene, uno de ellos, es uno de esos seres arquetípicos que pueden haber nacido de la imaginación de Martín, pero son reales en cualquier caso. 


En 1905 publica, en Inglaterra, El niño perdido, relato de las aventuras de Martín, un niño de siete u ocho años, que atraído por la pampa, se aleja de su casa, se pierde en la inmensidad y vive aventuras en las que desaparecen los límites entre la realidad y la fantasía. Realistas son los encuentros:

- con Jacobo, el viejo sordo, un gaucho con reminiscencias de Vizcacha, el pícaro de Martín Fierro;

- con animales como la serpiente, el lechuzón, los potros,

- con los indígenas cuyo idioma, desconocido para Martín, origina una equívoca y divertida conversación con mucho de jitanjáfora pues a la eufónica lengua aborigen, el chico responde con destrabalenguas.

Otro mundo, cercano al de los sueños, al de la fantasía, es:

- el del espejismo y sus seres,

- el de la dama de las Sierras, similar en su actuar maternal al Hada de los Cabellos Turquesas de Pinocho,

-  el de los enanos del fondo de la tierra.

La curiosidad lleva a Martín de un descubrimiento de la naturaleza a otro y de este modo llega al mar cuya contemplación lo estremece hasta el punto de extasiarse en él horas y horas olvidado de todo.

El niño perdido es un pionero en cuanto a la temática, la pampa argentina, pero también lo es porque se centra en la aventura tal como la vive un chico de siete años y sin propósitos moralizantes o didácticos. Además, incluye humor, ternura, asombro ante el mundo de la naturaleza y todo envuelto en una atmósfera poética.

Dos pioneros de la literatura infantil y juvenil de la Argentina.

María Ruth Pardo Belgrano. Agosto 2009.



El texto parece haber ocultado profundidades alegóricas. (Representación en la que las cosas tienen un significado simbólico. // Composición literaria o representación artística que tiene sentido simbólico.) Y aun así resulta complejo encontrarle el sentido a todo eso que se encuentra más allá de la lectura lineal del libro. En este viaje tan fantástico, los contactos (y/o evocaciones) aparecen bajo la figura de alucinaciones o sueños.

Ejemplos: 

Pág. 42-45. Un chico montaba una carnero, y a su paso, tañiendo un pequeño bajo de plata, cantaba una extraña canción

Pág. 89-91. Al momento siguiente, el salvaje jinetes emergiendo de entre la caballada, se le aproximó.

Pág. 109-111. En esas profundidades, no se advertía el más mínimo rayo de luz solar o lunar.(…) Grupos de gente abigarrada se hallaban junto a las fraguas, todos golpeando y martillando sobre yunques como los herreros.

Pág. 147 y ss. Capítulo 17. El viejo y el mar. (…) Martin no apartaba la vista de este extraño y singular personaje del mar.


Ya llegando a la conclusión de mi parecer y mínimo análisis personal surgido luego de la lectura de este libro, queda algo más que señalar. Queda algo por mencionar, y no es menor, tal vez sea, sea el más importante. En la edición que poseo, le da cabida a la imagen de la tapa. El Capítulo 11, se titula La Dama de las Sierras. Este personaje vuelve una y otra vez en capítulos posteriores.

¿Estamos en presencia de alguna mitología propia? ¿o alguna leyenda regional? ¿o se trata de una adaptación? ¿o simplemente es la vez de la conciencia? ¿quién es esta figura “madre protectora de las Sierras”?

Hay un encanto en la lectura que se basa en los detalles, como cuando describe a la Reina del Espejismo. Martín se encuentra con varias mujeres de otro mundo, todas ellas variaciones de Madre... la historia en sí es hermosa y memorable.


Es la Dama de las Sierras, la cual por su espíritu y por su físico, nos recuerda al Hada Azul de Pinocho; y como éste, y porque los dos son niños, también Martín encuentra en ella la ternura maternal que le faltaba. 

Como puede notarse, Hudson tuvo presente, al escribir este libro, las más sutiles y escondidas fibras del corazón infantil. Pues no conforme con la descripción y la aventura, quiso deleitarlo asegurándole que el pequeño protagonista, también tenía una mamá que lo arrullara. Este pasaje del cuento -de indiscutible acierto psicológico- es de gran repercusión entre los pequeños oyentes, tal como hemos podido comprobarlo de modo personal; pues solo en ese momento, se tranquilizan por la suerte del niño "perdido".

El cuento infantil. Sus posibilidades dentro de la literatura nacional. Creación del cuento infantil argentino. 1954.

Dora Pastoriza de Etchebarne.



Como para concluir, un poco de la relación del autor con la naturaleza, relacionada con este texto y excluyendo todos los demás donde se profundiza el tema pero ya no desde la perspectiva infantil. 


El sobrecogimiento ante la naturaleza, alcanzado por Hudson en ciertas circunstancias, a la vez que en su niñez lo embargaba de deleite, lo atemorizaba.

(...)

No obstante esto, Hudson no tiene una mirada ingenua en cuanto a la posibilidad de regreso a la naturaleza. Si la distancia entre nuestro género y ella se magnifica con el desarrollo civilizatorio, no es simplemente una cuestión que pueda salvarse con una propuesta de sencilla vida bucólica. Está lejos de los desarrollos teóricos contemporáneos que verán el carácter social que media en nuestros conceptos y experiencias de la naturaleza. Aunque considera que en ella está el origen del ser humano y afirma su supervivencia en nuestras profundidades, la cultura genera una profunda lejanía y los encuentros con aquélla, aunque intensos, son fugaces. Esa suerte de integración frustrada con el objeto amado fue expresada de modo ficcional en La edad de cristal, Mansiones verdes y en Un niño perdido. A. Jurado recoge una carta en la que Hudson comentaba que escribió este libro infantil teniendo en cuenta aquello que sentía como carencia en sus primeras lecturas: las impresiones de fascinación, temor y maravilla ante la naturaleza. Esta novela, mezcla de fantasías, tradiciones distintas y elementos autobiográficos, es tal vez la que presenta la metáfora de la relación de los humanos con la naturaleza de modo más patente. El protagonista es un niño solitario y feliz en sus correrías por las pampas desérticas. En una de sus salidas siguiendo espejismos, se aleja tanto de su hogar que se pierde. Este perderse lo encuentra finalmente con la Dama de las Sierras quien hará que la llame «madre», lo protegerá y le augurará que en el abandonarla por el mar irá «hacia la profundidad donde siempre está oscuro y desde donde nunca jamás verás ni el azul del cielo, ni los rayos del sol ni de las flores». Más allá de las claves que da la carta mencionada más arriba, no parece descabellado ver que en la persecución de los espejismos está la búsqueda insaciable de ese «algo» que encanta y escapa, que está y no está en nosotros. Tampoco parecería descabellado ver en el encuentro con la Dama de la Sierra, las experiencias hudsonianas de plenitud en el encuentro con la «madre» naturaleza; y finalmente, en la partida al mar, la imposibilidad de permanecer en ella. Podría pensarse además, en relación con su biografía, en el dolor de la pérdida de la naturaleza que América le ofrecía encandilado por aquello a que lo condujo el Atlántico. De todos modos, la perspectiva biográfica y su cosmovisión no parecen enfrentarse a la hora de interpretar Un niño perdido: la concepción hudsoniana de la naturaleza es la que su vida, no sus lecturas, le dictó.

Guillermo Enrique Hudson: naturaleza y religión.

 Herminia Solari.

Anales de la Universidad Metropolitana. Vol. 8, Nº 1 (Nueva Serie), 2008: 15-26.



Bibliografía y algunos links de interés para leer:

El cuento infantil. Sus posibilidades dentro de la literatura nacional. Creación del cuento infantil argentino. Dora Pastoriza de Etchebarne. 1954.

http://repositorio.filo.uba.ar:8080/xmlui/handle/filodigital/1461

- El cuento en la literatura infantil: ensayo crítico. Dora Pastoriza de Etchebarne. Editorial Kapelusz, 1962.

https://books.google.com.ar/books/about/El_cuento_en_la_literatura_infantil.html?id=xdfWAAAAMAAJ&redir_esc=y

Dos pioneros de la literatura infantil y juvenil de la Argentina. María Ruth Pardo Belgrano. Agosto 2009.

https://aal.idoneos.com/revista/ano_11_nro._14/pioneros_de_la_literatura_infantil_y_juvenil/

Guillermo Enrique Hudson: naturaleza y religión. Herminia Solari.

Anales de la Universidad Metropolitana. Vol. 8, Nº 1 (Nueva Serie), 2008: 15-26.

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3622336.pdf


https://lacasitadelhornero.wordpress.com/2016/08/03/4-de-agosto-nacimiento-de-enrique-guillermo-hudson-dia-del-naturista/

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