(02/10/2014) Este libro Lecturas sobre la lectura de Alberto Manguel, (Editorial Océano Travesía) lo compré porque me gustó su título, simplemente por eso. Imaginé que sobre la base de textos leídos por el autor, iba a exponer su parecer. Resultó ser una equivocación, mi parecer. Ya tenía leído un libro de este mismo autor, titulado Una Historia de la Lectura, y ese sí que fue un libro que me gustó. Al comparar ambos libros, luego de haberlos leído, este que estoy comentando, algo me desilusionó. La verdad nunca le encontré un hilo conductor, al final del mismo cuando menciona las Fuentes, el autor escribe “Las piezas reunidas en este libro, han aparecido en forma distinta, en una serie de publicaciones, o se han dado como conferencias”. Tal vez sea por esa razón que no encontré un hilo conductor o bien no lo haya sabido entender.
Tampoco se trata de una libro malo, o que disgusta, hay algunas cuestiones o reflexiones interesantes y válidas para rescatar, de las cuales tomé nota, como siempre lo hago con cualquier libro que leo.
Si bien hace mención a algunos variados autores y algunos textos, lo hace para relacionarlos con vivencias personales, y siempre como eje el libro. Así que termina contando anécdotas personales una y otra vez, recurre mucho a la religión, tanto a la Biblia como al judaísmo, una y otra vez, y otras tantas veces sobre la obra de Lewis Carroll y el mundo de Alicia. Como digo, menciona muchos autores pero no mucho más que eso.
Escribe de manera sencilla, su lectura resulta amena. Intercala textos, pero siempre en relación con experiencias personales, parece más bien un capítulo extenso de una autobiografía.
Algo me llamó la atención, estaba buscando la fecha de impresión, en la inmensa mayoría de los libros se encuentra en el colofón, aunque note que varias ediciones actuales ya no la incluyen allí en la anotación final. Esta edición no la tenía, el hecho que voy a buscarla en la primeras páginas y descubro que el título original está en inglés, me sorprendió, ya que el autor nació en Argentina y habla español, pero escribió el texto en inglés cuyo título original es A Reader on Reading. Y no solo eso, sino que fue traducido al castellano por Juan Elías Tovar, es decir por un traductor y no su autor.
Llegando al final, cuando comienza “La biblioteca como hogar” es cuando se pone algo interesante, aunque también hay que considerar que resulta casi como un alegato en defensa y favor de los libros en papel frente a lo digital, algo que ya había hecho en su otro libro Una Historia de la Lectura.
Algo me resultó interesante y hasta me vi reflejado, imagino que es un lugar común de muchas personas, a muchos alguna vez le pasó. En la página 29 dice “Los deberes escolares, desde luego, no contaban. Las “composiciones” como las llamaban, requerían que uno llenara un par de páginas sobre determinado tema, siempre más cercano al reportaje que a la ficción. La imaginación no era requerida. “Retrato de alguien de tu familia”, “Que hice le domingo”, “Mi mejor amigo” suscitaban una prosa acaramelada y cortés, ilustrada con lápices de colores con un retrato igualmente cordial de la persona o hecho en cuestión, y todo sometido al escrutinio del maestro que calificaba la precisión y las faltas de ortografía. Solo una vez me alejé del tema impuesto. El título que nos dieron fue “Una batalla marina”, el maestro sin dudas imaginaba que los estudiantes, todos varones, tenían el mismo entusiasmo por los juegos de guerra que él. Yo nunca había leído los libros sobre la fuerza aérea y los soldados que varios de mis compañeros disfrutaban, la serie “Biggles”, por ejemplo, ni los de historias abreviadas de las guerras mundiales, llenos de ilustraciones de aviones y tanques, impresos en papel grueso y esponjoso. Me di cuenta que carecía por completo del vocabulario requerido para la tarea. Por tanto decidí interpretar el título de manera diferente y escribí una descripción de una batalla entre un tiburón y un calamar gigante, sin duda inspirado por una ilustración de uno de mis libros favoritos “Veinte mil leguas de viaje submarino”. Me sorprendió descubrir que mi inventiva, en vez de parecerle divertida, enfureció al maestro quien me dijo (con toda la razón) que yo sabía muy bien que él había querido decir otra cosa. Creo que éste fue mi primer intento de escribir un cuento.”
Algo parecido me sucedió en los primeros años del secundario. La docente, que no era una grande como docente, salvo esta anécdota, no recuerdo nada de su “enseñanza”, habiendo plantado el tema de las fábulas, no porque ella quisiera, sino que seguía unidad por unidad, lo que indicaba un libro que a su vez lo había escrito alguien para “orientar al docente”, y estos, los docentes, lo seguían paso por paso, y aquella vez, en aquella clase, el tema que planteaba el libro de la materia, eran las fábulas, se dio la explicación que no era otra cosa que recitar lo que indicaba el libro, y finalizada la hora de clase, se daba la tarea, la profesora dijo textualmente “para la próxima clase inventen una fábula” . Por aquél entonces, tenía un libro fotocopiado de fábulas clásicas y a eso había de sumarle algunas que otras fábulas que leía de otros textos. Comparado con otros compañeros (no todos) que no tenían idea de lo que es un fábula, por mi parte había leído unas cuantas. Llegué a mi casa, y cuando me dispuse a realizar la tarea, tomé textual y me apegué sin apartarme a la consigna dada. Y la misma decía “inventen”. Inventar era algo muy diferente a copiar. Al menos eso creí siempre. Como pude, inventé una fábula con animales domésticos muy simple y mal hecha, mal hecha pero inventada tal cual como fue planteada en la consigna. Al día de la clase, la “profesora” hizo leer la tarea, dos o tres leímos nuestros inventos y resultaron ser de desagrado para la “docente”, el resto del curso no hizo la tarea (tampoco recibieron ninguna reprimenda) y una compañera leyó la suya, que resultó en una descarada copia textual de una fábula de Samaniego, por supuesto que la compañera que “copió textual” fue quien recibió las felicitaciones. Lamentablemente así fue la educación en Lengua y Literatura durante tres años, y existe esta gente que con su rol de “docente” o “profesores” asumen papeles penosos en el aula. Demás está decir que no me sucedió nunca más, de creer ingenuamente una consigna textual y actuar en consecuencia.
Al leer este libro Lecturas sobre la lectura me reconfortó haber encontrado esa anécdota del autor, algo similar a la mía pero alrededor de treinta años antes, historias que se repiten comunes a muchos que alguna vez estuvimos en un aula.
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